viernes, 17 de marzo de 2017

Prólogo a Poema orgasmal de Eduardo Cancino

Comparto el prólogo que realizo al libro "Poema orgasmal" de Eduardo Cancino.


Prólogo

Sus labios no hablan y ante esa mudez de asombro, caigo estático de rodillas, ante el cadáver de la poesía.

Leopoldo María Panero


Freud nos recordaba a los profanos que los poetas están por delante con respecto al saber del alma, mismo que rebasa al supuesto saber de la academia: espacio donde se milita por la consolidación de un saber a la letra. Sin embargo, aquellos que profesan con el blasón de la verdad, todavía no dan cuenta que las palabras nunca podrán decir más de lo que deseamos. Son un límite. No pueden soportar el peso de su misma condición, es necesario que aguarden en la condena del tiempo el momento preciso, adecuado e insospechado para tornarse una poética o una guerra violenta contra el lenguaje. El hombre normal, el llamado poeta, más allá de hilar signos, enhebra y resignifica los hechos del mundo para hacerlos detonar en un intento por recrear la historia y emprender la búsqueda de otra satisfacción.
Escribir un prólogo no me parece nada sencillo, es un triángulo amoroso entre el autor, el lector y el prologuista quien busca abrir un vacío o un terreno fértil a las palabras del poeta, de aquel Hombre del arrabal que se ha postrado ante la máquina por horas, resquebrajándose el pensamiento para cristalizar lo imposible en imágenes, sonidos, sensaciones e intensidades que solo en la otredad pueden cobrar un sentido. La obra es el objeto del deseo, ninguno la conoce, ninguno la posee, y aun así nos seduce la idea de acercarnos a ella de manera sutil y cadenciosa. No hay saber de la escritura. Hay un saber que se oculta tras la escritura. Hay interpretación.
Poema orgasmal no es una nueva producción literaria, es la lucha continua del ajuste de cuentas con las palabras, con lo que aún queda en silencio y se grita desde el aplastamiento lingüístico al que se nos empuja tras la lectura. Al paso de las páginas que se escapan al sentido secuencial, ocurre la posibilidad de degustar aleatoriamente las palabras del autor. No obstante, en la mayoría de las ocasiones tropezaremos con el fantasma que lleva a nuestra voz a pronunciarlas, a quedar enganchado en algún epígrafe, signo, oración, ritmo, perversión, neologismo o verso que nos atraviesa con la intensidad con que han sido ensambladas y construidas las piezas que reúne otro Pergamino autista. Ni autor, ni lector, solo letras a la espera de una voz asexuada que recorra los tatuajes que sostienen la coherencia de aquel que, como síntoma, padece la escritura, y como efecto secundario: la escritura, de él.
Eduardo Cancino: escritor, psicólogo, padre y docente; pero también amante, hombre de excesos, ferviente lector de Freud y amigo, recurre a la mística del orgasmo para crear un sinfín de posibles lecturas que, por momentos, rayan con lo indecidible. Así, la atmósfera textual que se recorre es la del desvarío gramatical, pero también la de encuentros fortuitos en la prosa erótica que hace claudicar los sentidos; con los tropiezos y la decadencia de lo humano; con la manía del prisionero psiquiátrico; con la tristeza que flirtea con la melancolía o con la elocuencia de un anciano, pero con la vitalidad de un recién parido. La escritura vagabundea por estos andares y, además, acompaña la vida y las páginas del escritor. Cuando creemos entender un verso, se cierra la posibilidad de leerlo, de apresarlo e indagar en los afectos y delirios donde se dibuja el poeta. La poesía, pienso, al igual que los sueños, se escurre, se desvanece al primer parpadeo; pero las palabras, aquellas palabras que nos anteceden y que nos han constituido y atado al lenguaje, nos llevan a ellos, a pensarlos una y otra vez. Pensamientos recurrentes que obliteran nuestros deseos. La poesía en sí no es sino a partir de las voces y cuerpos que la enuncian, similar al deseo que deviene a partir del Otro.
Es bastante conocido que en el espacio de la psyché, los vínculos transferenciales son el nexo entre significantes que sostienen a los discursos, a los semblantes. Eduardo Cancino no es la excepción, y es por ello que, sin más palabras por el momento, solo me queda decir que las siguientes páginas son una invitación a hundirnos en la tinta de su artefacto escritural, de adentrarnos en la estética de los engranajes que maquinan su pensamiento, ya no solo como escritor, sino como sujeto.
Sin duda, Poema orgasmal es una lectura que es digna de ser turbada y trasnochada por usted como lector.

Samuel Hdz.
Noches de octubre de 2016

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